domingo, 31 de julio de 2016

El Papa finalizó su visita a Polonia

(RV).- Dos multitudinarios encuentros marcaron la última jornada de la visita del Papa Francisco a Polonia, en ocasión de la celebración de la XXXI Jornada Mundial de la Juventud.

El Pontífice celebró en la mañana de este domingo la Santa Misa por la Jornada Mundial de la Juventud en el Campus Misericordiae de Cracovia, ante un millón y medio de jóvenes y se despidió del Arzobispado de Cracovia, en las primeras horas de la tarde, no sin antes saludar desde el balcón, con la sencillez y calidez que lo caracterizan, a los fieles reunidos para despedirlo.

Finalmente, Francisco no quiso dejar tierra polaca sin antes compartir, por la tarde, un momento con los voluntarios de la JMJ, 20 mil jóvenes que trabajaron en la organización del evento, no sólo en las dos últimas semanas de julio, sino también durante el periodo de preparación precedente. Durante ese encuentro Francisco saludó además a los integrantes del Comité Organizador y los Benefactores de la JMJ.

Llegado al aeropuerto Internacional Juan Pablo II de Balice – Cracovia alrededor de las 19 horas, Francisco fue recibido por el Presidente de la República de Polonia y su esposa. Esperándolo estaba también presente un grupo de fieles con un coro.

A bordo del avión de la compañía aérea LOT, el Pontífice dejó tierra polaca. Dos horas de vuelo y el Santo Padre llegará al Aeropuerto Internacional Leonardo Da Vinci de Fiumicino, en Italia.

Finaliza así el 15° Viaje Apostólico Internacional del Papa Francisco, en ocasión de la XXXI Jornada Mundial de la Juventud.

¡Lo esperamos Santo Padre!

(MCM-RV)


Más ecos de la JMJ. La voz a los jóvenes con nuestra enviada especial

(RV). Al micrófono de María Fernanda Bernasconi -poco antes de escuchar al Pontífice- jóvenes de Puerto Rico y España dan  su testimonio a la Radio del Papa. Alegrándose por el inminente “encuentro con el Señor”, estos muchachos y muchachas piden ”que Francisco nos dé fuerzas para seguir adelante”. Escuchemos:


Con memoria y coraje, ustedes son la esperanza del futuro, dijo el Papa a los voluntarios de la JMJ

(RV).- “Antes de regresar a Roma, siento el deseo de encontrarlos y, sobre todo, de dar las gracias a cada uno de vosotros por el esfuerzo, la generosidad y la dedicación con la que habéis acompañado, ayudado y servido a los miles de jóvenes peregrinos. Gracias también por vuestro testimonio de fe que, unido al de los muchísimos jóvenes de todo el mundo, es un gran signo de esperanza para la Iglesia y para el mundo. Al entregaros por amor de Cristo, han experimentado lo hermoso que es comprometerse con una causa noble”: con estas primeras palabras comenzó el discurso que el Papa Francisco dirigió a los 20 mil voluntarios reunidos en el “Tauron Arena”, el gran palacio deportivo de Cracovia, que colaboraron en la organización de la Jornada Mundial de la Juventud.

“Y así yo escribí este discurso, no sé si es bello o feo… cinco páginas” (aplausos) “Un poco aburrido. Lo entrego…” Y así, el Pontífice dejó de lado el discurso que había preparado y lo entregó para luego empezar a hablar en su lengua madre, el español. Y preguntó a los jóvenes: ¿Habló español? ¡Sí! Fue la respuesta unánime.

“Esto de preparar una Jornada Mundial de la Juventud es toda una aventura” comenzó diciendo. "Es meterse en una aventura y llegar.  Y llegar, servir, trabajar, hacer y después, despedirse. Primero, la aventura, la generosidad. Yo les quiero agradecer a ustedes, voluntarios, benefactores, todo lo que han hecho. Les quiero agradecer las horas de oración que han hecho, porque sé que esta jornada se amasó con mucho trabajo, pero con mucha la oración. ¡Gracias a los voluntarios que dedicaron tiempo a la oración para que podamos llevar adelante la cosa!"

Francisco agradeció luego a los sacerdotes, a las religiosas y a los consagrados “que los acompañaron”. “Y gracias a ustedes que se metieron en esta aventura con la esperanza de llegar adelante” agregó.

"El obispo – dijo después el Papa – cuando hizo la presentación, les dijo un “piropo”, les dijo un cumplido: ustedes son la esperanza del futuro". “Y es verdad, pero con dos condiciones”, aclaró Francisco. Y preguntó: “¿quieren ser esperanza para el futuro o no?"

“La primera condición es tener memoria, preguntarme de dónde vengo, memoria de mi pueblo, de mi familia, memoria de toda mi historia” les dijo el Pontífice aludiendo al testimonio apenas dado por una voluntaria, cargado de memoria. “Un joven desmemoriado no es esperanza para el futuro! Aseguró. De ahí el consejo del Santo Padre: “Hablá con tus padres, con tus mayores, pero sobre todo, con tus abuelos”. “Recibí la antorcha de tu abuelo y de tu abuela”.

¿Me prometen que para preparar la JMJ de Panamá van a hablar con los abuelos? preguntó después. ¡Sí! Fue la respuesta.

“Ustedes son la esperanza del futuro, les dijo el Obispo" – prosiguió el Papa. Y se preguntó: "Si para el futuro soy esperanza y del pasado tengo memoria, me queda el presente…¿qué tengo que hacer en el presente?: “¡Tener coraje! ¡Ser valiente! ¡No asustarse!” aconsejó.

Francisco se refirió entontes al testimonio del “compañero nuestro a quien el cáncer le ganó”. “Ese joven ya no está acá – notó – pero ese joven sembró esperanza para el futuro”.

“Si tienen memoria y si tienen coraje, van a ser la esperanza del futuro” aseguró Francisco y les dijo: ¿Esta clarito todo?

Y entre aplausos, el Papa los bendijo y los invitó a rezar juntos un Ave María.

(María Cecilia Mutual – Radio Vaticano)

A continuación el texto del discurso entregado

Queridos voluntarios:

Antes de regresar a Roma, siento el deseo de encontraros y, sobre todo, de dar las gracias a cada uno de vosotros por el esfuerzo, la generosidad y la dedicación con la que habéis acompañado, ayudado y servido a los miles de jóvenes peregrinos. Gracias también por vuestro testimonio de fe que, unido al de los muchísimos jóvenes de todo el mundo, es un gran signo de esperanza para la Iglesia y para el mundo. Al entregaros por amor de Cristo, habéis experimentado lo hermoso que es comprometerse con una causa noble, y lo gratificante que es hacer, junto con tantos amigos y amigas, un camino fatigoso pero que paga el esfuerzo con la alegría y la dedicación con una riqueza nueva de conocimiento y de apertura a Jesús, al prójimo, a opciones de vida importantes.           

Como una manifestación de mi gratitud me gustaría compartir con vosotros un don que la Virgen María nos ofrece, y que hoy ha venido a visitarnos en la imagen milagrosa de Kalwaria Zebrzydowska, tan querida por san Juan Pablo II. En efecto, justo en el misterio evangélico de la Visitación (cf. Lc 1,39-45) podemos encontrar un icono del voluntariado cristiano. De él tomo tres actitudes de María y os las dejo, para que os ayuden a leer la experiencia de estos días y para avanzar en el camino del servicio. Estas actitudes son la escucha, la decisión y la acción.           

Primero, la escucha. María se pone en camino a partir de una palabra del ángel: «Tu pariente Isabel ha concebido un hijo en su vejez» (Lc 1,36). María sabe escuchar a Dios: no se trata de un simple oír, sino de escucha, hecha de atención, de acogida, de disponibilidad. Pensemos en todas las veces que estamos distraídos delante del Señor o de los demás, y realmente no escuchamos. María escucha también los hechos, los sucesos de la vida, está atenta a la realidad concreta y no se detiene en la superficie, sino que busca captar su significado. María supo que Isabel, ya anciana, esperaba un hijo; y en eso ve la mano de Dios, el signo de su misericordia. Esto sucede también en nuestras vidas: el Señor está a la puerta y llama de muchas maneras, pone señales en nuestro camino y nos llama a leerlas con la luz del Evangelio.           

La segunda actitud de María es la decisión. María escucha, reflexiona, pero también sabe dar un paso adelante: decide. Así ha sucedido en la decisión fundamental de su vida: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra» (Lc 1,38). Y también así en las bodas de Caná, cuando María se da cuenta del problema y decidió acudir a Jesús para que interviniera: «No tienen vino» (Jn 2,3). En la vida, muchas veces es difícil tomar decisiones y por eso tendemos a posponerlas, tal vez dejando que sean otros los que decidan por nosotros; o incluso preferimos dejarnos arrastrar por los acontecimientos, seguir la «tendencia» del momento; a veces sabemos lo que deberíamos hacer, pero no tenemos valor, porque nos parece demasiado difícil ir contracorriente… María no tiene miedo de ir contracorriente: con el corazón firme en la escucha, decide, asumiendo todos los riesgos, pero no sola, sino con Dios.       

Y, por último, la acción. María se puso en camino «de prisa…» (Lc 1,39). A pesar de las dificultades y de las críticas que pudo recibir, no se demora, no vacila, sino que va, y va «de prisa», porque en ella está la fuerza de la Palabra de Dios. Y su actuar está lleno de caridad, lleno de amor: esta es la marca de Dios. María va a ver a Isabel, no para que le digan que es buena, sino para ayudarla, para ser útil, para servir. Y en este salir de su casa, de sí misma, por amor, se lleva lo más valioso que tiene: Jesús, el Hijo de Dios, el Señor. Isabel lo comprende inmediatamente: «¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?» (Lc 1,43); el Espíritu Santo suscita en ella resonancias de fe y de alegría: «Pues, en cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre» (Lc 1,44).

También en el voluntariado todo servicio es importante, incluso el más sencillo. Y su sentido último es la apertura a la presencia de Jesús; la experiencia del amor que viene de lo alto es lo que pone en camino y llena de alegría. El voluntario de las Jornadas Mundiales de la Juventud no es sólo un «agente», es siempre un evangelizador, porque la Iglesia existe y actúa para evangelizar.

María, cuando acabó su servicio con Isabel, regresó a su casa, en Nazaret. Con delicadeza y sencillez, igual que ha venido se va. También vosotros, queridos jóvenes, no llegaréis a ver todo el fruto del trabajo realizado aquí en Cracovia, o durante los «hermanamientos». Lo descubrirán en sus vidas y se regocijarán por ello las hermanas y hermanos que habéis servido. Es la gratuidad del amor. Pero Dios conoce vuestra dedicación, vuestro compromiso y vuestra generosidad. Él ―podéis estar seguros― no dejará de recompensaros por todo lo que habéis hecho por esta Iglesia de los jóvenes, que estos días se ha reunido en Cracovia con el Sucesor de Pedro. Os encomiendo a Dios y a la Palabra de su gracia (cf. Hch 20,32); Os encomiendo a nuestra Madre, modelo de voluntariado cristiano; y os pido, por favor, que no os olvidéis de rezar por mí.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


Con memoria y coraje, ustedes son la esperanza del futuro, dijo el Papa a los voluntarios de la JMJ

(RV).- “Antes de regresar a Roma, siento el deseo de encontrarlos y, sobre todo, de dar las gracias a cada uno de vosotros por el esfuerzo, la generosidad y la dedicación con la que habéis acompañado, ayudado y servido a los miles de jóvenes peregrinos. Gracias también por vuestro testimonio de fe que, unido al de los muchísimos jóvenes de todo el mundo, es un gran signo de esperanza para la Iglesia y para el mundo. Al entregaros por amor de Cristo, han experimentado lo hermoso que es comprometerse con una causa noble”: con estas primeras palabras comenzó el discurso que el Papa Francisco dirigió a los 20 mil voluntarios reunidos en el “Tauron Arena”, el gran palacio deportivo de Cracovia, que colaboraron en la organización de la Jornada Mundial de la Juventud.

“Y así yo escribí este discurso, no sé si es bello o feo…cinco páginas” (aplausos) “Un poco aburrido. Lo entrego…” Y así el Pontífice dejó de lado el discurso que había preparado, y lo entregó para luego empezar a hablar en su lengua madre, el español. Y preguntó a los jóvenes: ¿Habló español? ¡Sí! Fue la respuesta unánime.

“Esto de preparar una Jornada Mundial de la Juventud es toda una aventura” comenzó diciendo. Es meterse en una aventura y llegar.  Y llegar, servir, trabajar, hacer y después, despedirse. Primero, la aventura, la generosidad. Yo les quiero agradecer a ustedes, voluntarios, benefactores, todo lo que han hecho. Les quiero agradecer las horas de oración que han hecho, porque sé que esta jornada se amasó con mucho trabajo, pero con mucha la oración. ¡Gracias a los voluntarios que dedicaron tiempo a la oración para que podamos llevar adelante la cosa!

Francisco agradeció luego a los sacerdotes “que los acompañaron”, a las religiosas, a los consagrados. “Y gracias a ustedes que se metieron en esta aventura con la esperanza de llegar adelante” agregó.

El obispo, dijo después el Papa, cuando hizo la presentación, les dijo un “piropo”, les dijo un cumplido: ustedes son la esperanza del futuro. “Y es verdad, pero con dos condiciones”, aclaró Francisco. Y preguntó: “¿quieren ser esperanza para el futuro o no?

“La primera condición es tener memoria, preguntarme de dónde vengo, memoria de mi pueblo, de mi familia,  memoria de toda mi historia” les dijo el Pontífice aludiendo al testimonio apenas dado por una voluntaria, cargado de memoria. “Un joven desmemoriado no es esperanza para el futuro! Aseguró. De ahí el consejo del Santo Padre: “Hablá con tus padres, con tus mayores, pero sobre todo, con tus abuelos”. “Recibí la antorcha de tu abuelo y de tu abuela”.

¿Me prometen que para preparar la JMJ de Panamá van a hablar con los abuelos? preguntó después. ¡Sí! Fue la respuesta.

“Ustedes son la esperanza del futuro, les dijo el Obispo" – prosiguió el Papa. "Si para el futuro soy esperanza y del pasado tengo memoria, me queda el presente… qué tengo que hacer en el presente: “tener coraje, ser valiente, no asustarse”

Francisco se refirió entontes al testimonio del “compañero nuestro a quien el cáncer le ganó”. “Ese joven no está acá, pero ese joven sembró esperanza para el futuro”.

“Si tienen, memoria, y si tienen coraje, van a ser la esperanza del futuro” aseguró Francisco y les dijo: ¿Esta clarito todo?

Y entre aplausos, el Papa los bendijo y los invitó a rezar juntos un Ave María.

(María Cecilia Mutual – Radio Vaticano)

A continuación el texto del discurso entregado

Queridos voluntarios:

Antes de regresar a Roma, siento el deseo de encontraros y, sobre todo, de dar las gracias a cada uno de vosotros por el esfuerzo, la generosidad y la dedicación con la que habéis acompañado, ayudado y servido a los miles de jóvenes peregrinos. Gracias también por vuestro testimonio de fe que, unido al de los muchísimos jóvenes de todo el mundo, es un gran signo de esperanza para la Iglesia y para el mundo. Al entregaros por amor de Cristo, habéis experimentado lo hermoso que es comprometerse con una causa noble, y lo gratificante que es hacer, junto con tantos amigos y amigas, un camino fatigoso pero que paga el esfuerzo con la alegría y la dedicación con una riqueza nueva de conocimiento y de apertura a Jesús, al prójimo, a opciones de vida importantes.           

Como una manifestación de mi gratitud me gustaría compartir con vosotros un don que la Virgen María nos ofrece, y que hoy ha venido a visitarnos en la imagen milagrosa de Kalwaria Zebrzydowska, tan querida por san Juan Pablo II. En efecto, justo en el misterio evangélico de la Visitación (cf. Lc 1,39-45) podemos encontrar un icono del voluntariado cristiano. De él tomo tres actitudes de María y os las dejo, para que os ayuden a leer la experiencia de estos días y para avanzar en el camino del servicio. Estas actitudes son la escucha, la decisión y la acción.           

Primero, la escucha. María se pone en camino a partir de una palabra del ángel: «Tu pariente Isabel ha concebido un hijo en su vejez» (Lc 1,36). María sabe escuchar a Dios: no se trata de un simple oír, sino de escucha, hecha de atención, de acogida, de disponibilidad. Pensemos en todas las veces que estamos distraídos delante del Señor o de los demás, y realmente no escuchamos. María escucha también los hechos, los sucesos de la vida, está atenta a la realidad concreta y no se detiene en la superficie, sino que busca captar su significado. María supo que Isabel, ya anciana, esperaba un hijo; y en eso ve la mano de Dios, el signo de su misericordia. Esto sucede también en nuestras vidas: el Señor está a la puerta y llama de muchas maneras, pone señales en nuestro camino y nos llama a leerlas con la luz del Evangelio.           

La segunda actitud de María es la decisión. María escucha, reflexiona, pero también sabe dar un paso adelante: decide. Así ha sucedido en la decisión fundamental de su vida: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra» (Lc 1,38). Y también así en las bodas de Caná, cuando María se da cuenta del problema y decidió acudir a Jesús para que interviniera: «No tienen vino» (Jn 2,3). En la vida, muchas veces es difícil tomar decisiones y por eso tendemos a posponerlas, tal vez dejando que sean otros los que decidan por nosotros; o incluso preferimos dejarnos arrastrar por los acontecimientos, seguir la «tendencia» del momento; a veces sabemos lo que deberíamos hacer, pero no tenemos valor, porque nos parece demasiado difícil ir contracorriente… María no tiene miedo de ir contracorriente: con el corazón firme en la escucha, decide, asumiendo todos los riesgos, pero no sola, sino con Dios.       

Y, por último, la acción. María se puso en camino «de prisa…» (Lc 1,39). A pesar de las dificultades y de las críticas que pudo recibir, no se demora, no vacila, sino que va, y va «de prisa», porque en ella está la fuerza de la Palabra de Dios. Y su actuar está lleno de caridad, lleno de amor: esta es la marca de Dios. María va a ver a Isabel, no para que le digan que es buena, sino para ayudarla, para ser útil, para servir. Y en este salir de su casa, de sí misma, por amor, se lleva lo más valioso que tiene: Jesús, el Hijo de Dios, el Señor. Isabel lo comprende inmediatamente: «¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?» (Lc 1,43); el Espíritu Santo suscita en ella resonancias de fe y de alegría: «Pues, en cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre» (Lc 1,44).

También en el voluntariado todo servicio es importante, incluso el más sencillo. Y su sentido último es la apertura a la presencia de Jesús; la experiencia del amor que viene de lo alto es lo que pone en camino y llena de alegría. El voluntario de las Jornadas Mundiales de la Juventud no es sólo un «agente», es siempre un evangelizador, porque la Iglesia existe y actúa para evangelizar.

María, cuando acabó su servicio con Isabel, regresó a su casa, en Nazaret. Con delicadeza y sencillez, igual que ha venido se va. También vosotros, queridos jóvenes, no llegaréis a ver todo el fruto del trabajo realizado aquí en Cracovia, o durante los «hermanamientos». Lo descubrirán en sus vidas y se regocijarán por ello las hermanas y hermanos que habéis servido. Es la gratuidad del amor. Pero Dios conoce vuestra dedicación, vuestro compromiso y vuestra generosidad. Él ―podéis estar seguros― no dejará de recompensaros por todo lo que habéis hecho por esta Iglesia de los jóvenes, que estos días se ha reunido en Cracovia con el Sucesor de Pedro. Os encomiendo a Dios y a la Palabra de su gracia (cf. Hch 20,32); Os encomiendo a nuestra Madre, modelo de voluntariado cristiano; y os pido, por favor, que no os olvidéis de rezar por mí.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


Los panameños jamás han experimentado una emoción semejante

(RV).- Poco antes de que el Papa Francisco anunciara que la próxima Jornada Mundial de la Juventud se celebrará, dentro de tres años, en la República de Panamá, un joven de esta pequeña nación centroamericana nos hablaba ya de la posibilidad de que la fiesta de los jóvenes del mundo se desarrollara en su país y  de la experiencia inolvidable que experimentó tanto él como los demás chicos de su grupo durante los días de esta Jornada Mundial de la Juventud de Cracovia.

Desde Cracovia, María Fernanda Bernasconi – RV.


Con los ojos de un sacerdote jesuita polaco

(RV).- El sacerdote jesuita Leszek Mirosław Gęsiak, Coordinador del Programa en lengua polaca de nuestra emisora, Radio Vaticano, nos ofrece su punto de vista acerca del Viaje Apostólico del Papa Francisco a Polonia con motivo del 1.050 aniversario del Bautismo de esta nación, y de la Jornada Mundial de la Juventud de Cracovia.

Además, el padre Leszek, que es oriundo de esta zona, nos habla de lo que parece haberse convertido en una costumbre para el Santo Padre, y es la de tratar de dedicar un momento, fuera de programa, para encontrarse personalmente con los sacerdotes jesuitas de la nación que visita. Así sucedió la tarde de la penúltima jornada del Obispo de Roma en esta tierra, experiencia que nuestro entrevistado nos dice que se vivió en un clima sumamente fraterno y familiar.

De este encuentro especial, y de otras consideraciones acerca de la visita del Papa a su país, nos habla el padre Leszek Gęsiak:

Desde Cracovia, María Fernanda Bernasconi – RV.


El Sembrador de Esperanza llamó a los Jóvenes del mundo a sembrar Esperanza

REFLEXIONES EN FRONTERA, jesuita Guillermo Ortiz

“Cómo quisiera que ustedes fueran sembradores de esperanza”, dijo Francisco a los jóvenes ya en el primer encuentro con ellos en Cracovia, en la JMJ 2016. Y al final de la JMJ él fue calificado como: “Sembrador de Esperanza”.

¿Qúe imagen nos resucita la esperanza en tiempos de guerra cruel y violencia? En la homilía final de la JMJ el Papa dio el fundamento de la esperanza cristiana. Dijo: “Dios es fiel en su amor, y hasta obstinado. Nos ayudará pensar que nos ama más de lo que nosotros nos amamos, que cree en nosotros más que nosotros mismos, que está siempre de nuestra parte, como el más acérrimo de los «hinchas». Siempre nos espera con esperanza, incluso cuando nos encerramos en nuestras tristezas, rumiando continuamente los males sufridos y el pasado. Pero complacerse en la tristeza no es digno de nuestra estatura espiritual. Es más, es un virus que infecta y paraliza todo, que cierra cualquier puerta, que impide que la vida se reavive, que recomience. Dios, sin embargo, es obstinadamente esperanzado: siempre cree que podemos levantarnos y no se resigna a vernos apagados y sin alegría. Porque somos siempre sus hijos amados. Recordemos esto al comienzo de cada día. Nos hará bien decir todas las mañanas en la oración: «Señor, te doy gracias porque me amas; haz que me enamore de mi vida». No de mis defectos, que hay que corregir, sino de la vida, que es un gran regalo: es el tiempo para amar y ser amado.


Papa Francisco: de Cracovia a la JMJ de Panamá 2019, testimonios de la Misericordia

Misionando en el mundo la alegría del Evangelio, con la ayuda de la Madre de Dios y de Juan Pablo II

(RV).- «La Providencia de Dios siempre nos precede. Piensen que ya ha decidido cuál será la próxima etapa de esta gran peregrinación iniciada por san Juan Pablo II en 1985. Y por eso les anuncio con alegría que la próxima Jornada Mundial de la Juventud — después de las dos de ámbito diocesano— será en 2019,  en Panamá.

Con la intercesión de María, invocamos el Espíritu Santo para que ilumine y sostenga el camino de los jóvenes en la Iglesia y en el mundo, para que sean discípulos y testigos de la Misericordia de Dios».

Anunciando con estas palabras y con gran alegría la próxima cita para la Jornada Mundial de la Juventud –  la XXXII JMJ de Panamá 2019  – el Papa Francisco introdujo el rezo del Ángelus y culminó la JMJ de Cracovia 2016, que coincidió con el Jubileo de la Misericordia.

Y con su acción de gracias a Dios por los días vividos, experimentando la «belleza de la fraternidad universal en Cristo», el Papa agradeció también a los jóvenes que «llenaron Cracovia con el entusiasmo contagioso de su fe». Y aseguró que «San Juan Pablo II ha disfrutado desde el cielo y los ayudará a llevar por todo el mundo la alegría del Evangelio».

Indicando la imagen, colocada junto al altar, de la Virgen María venerada por Juan Pablo II en el santuario de Calvaria, el Papa Francisco alentó a los jóvenes del mundo a escuchar lo que ella dice, para que la experiencia vivida en Polonia – «la oxigenación espiritual» –  sea fecunda y testimonien a Cristo en sus hogares, parroquias, asociaciones, ambientes de estudio, de trabajo, de servicio y de ocio, caminando en la Misericordia.

(CdM – RV)


“La Jornada Mundial de la Juventud comienza hoy y continúa mañana”. Cerrando la JMJ polaca el Papa invita a llevar el espíritu de Cracovia a casa

(RV).- En el inmenso Campus Misericordiae de Cracovia, lugar de la vigilia y, la mañana de este domingo, de la misa final de la Jornada Mundial de la Juventud 2016, resonaron con energía las palabras del Papa Francisco, invitando a los chicos y chicas del mundo a salir al encuentro de Jesús. Precisamente en su homilía el Santo Padre citó el Evangelio del día que narra del encuentro de Jesús con Zaqueo. “Las palabras de Jesús al publicano parecen dichas a propósito para nosotros en este momento: ‘Date prisa y baja, porque es necesario que hoy me quede en tu casa’. Jesús  dirige la misma invitación a los jóvenes: “Hoy tengo que alojarme en tu casa’”. La Jornada Mundial de la Juventud, notó Francisco “comienza hoy y continúa mañana, en casa, porque es allí donde Jesús quiere encontrarnos a partir de ahora”.

El Papa dijo a los jóvenes que el Señor no quiere quedarse en las experiencias de estos días en Cracovia o en los recuerdos entrañables, sino que quiere venir a la casa de cada uno, vivir en la vida cotidiana de cada uno. “El estudio y los primeros años de trabajo, las amistades y los afectos, los proyectos y los sueños”. Le gusta  “que todo esto se lo llevemos en la oración”, dijo, asegurando en el lenguaje de los chicos que “Él espera que, entre tantos contactos y chats de cada día, el primer puesto lo ocupe el hilo de oro de la oración. Cuánto desea que su Palabra hable a cada una de tus jornadas, que su Evangelio sea tuyo, y se convierta en tu ‘navegador’ en el camino de la vida”. “Jesús, a la vez que te pide ir a tu casa, como hizo con Zaqueo, te llama por tu nombre. Tu nombre es precioso para él”, porque Él se acuerda de ti: “Su memoria no es un ‘disco duro’ que registra y almacena todos nuestros datos, sino un corazón tierno de compasión, que se regocija eliminando definitivamente cualquier vestigio del mal”. Por esto Francisco invitó a todos a imitar la memoria fiel de Dios y custodiar el bien que hemos recibido en estos días. “En silencio hagamos memoria de este encuentro, custodiemos el recuerdo de la presencia de Dios y de su Palabra, reavivemos en nosotros la voz de Jesús que nos llama por nuestro nombre. Así pues, recemos en silencio, recordando, dando gracias al Señor que nos ha traído aquí y ha querido encontrarnos”, pidió.

(RC-RV)

Homilía completa del Santo Padre Francisco

Queridos jóvenes: han venido a Cracovia para encontrarse con Jesús. Y el Evangelio de hoy nos habla precisamente del encuentro entre Jesús y un hombre, Zaqueo, en Jericó (cf. Lc 19,1-10). Allí Jesús no se limita a predicar, o a saludar a alguien, sino que quiere —nos dice el Evangelista— cruzar la ciudad (cf. v. 1). Con otras palabras, Jesús desea acercarse a la vida de cada uno, recorrer nuestro camino hasta el final, para que su vida y la nuestra se encuentren realmente.

Tiene lugar así el encuentro más sorprendente, el encuentro con Zaqueo, jefe de los «publicanos», es decir, de los recaudadores de impuestos. Así que Zaqueo era un rico colaborador de los odiados ocupantes romanos; era un explotador de su pueblo, uno que debido a su mala fama no podía ni siquiera acercarse al Maestro. Sin embargo, el encuentro con Jesús cambió su vida, como sucedió, y cada día puede suceder, con cada uno de nosotros. Pero Zaqueo tuvo que superar algunos obstáculos para encontrarse con Jesús: al menos tres, que también pueden enseñarnos algo a nosotros.

El primero es la baja estatura: Zaqueo no conseguía ver al Maestro, porque era bajo. También nosotros podemos hoy caer en el peligro de quedarnos lejos de Jesús porque no nos sentimos a la altura, porque tenemos una baja consideración de nosotros mismos. Esta es una gran tentación, que no sólo tiene que ver con la autoestima, sino que afecta también la fe. Porque la fe nos dice que somos «hijos de Dios, pues ¡lo somos!» (1 Jn 3,1): hemos sido creados a su imagen; Jesús hizo suya nuestra humanidad y su corazón nunca se separará de nosotros; el Espíritu Santo quiere habitar en nosotros; estamos llamados a la alegría eterna con Dios. Esta es nuestra «estatura», esta es nuestra identidad espiritual: somos los hijos amados de Dios, siempre. Entiendan entonces que no aceptarse, vivir infelices y pensar en negativo significa no reconocer nuestra identidad más auténtica: es como darse la vuelta cuando Dios quiere fijar sus ojos en mí; significa querer impedir que se cumpla su sueño en mí. Dios nos ama tal como somos, y no hay pecado, defecto o error que lo haga cambiar de idea. Para Jesús —nos lo muestra el Evangelio—, nadie es inferior y distante, nadie es insignificante, sino que todos somos predilectos e importantes: ¡Tú eres importante! Y Dios cuenta contigo por lo que eres, no por lo que tienes: ante él, nada vale la ropa que llevas o el teléfono móvil que utilizas; no le importa si vas a la moda, le importas tú. A sus ojos, vales, y lo que vales no tiene precio.

Cuando en la vida sucede que apuntamos bajo en vez de a lo alto, nos puede ser de ayuda esta gran verdad: Dios es fiel en su amor, y hasta obstinado. Nos ayudará pensar que nos ama más de lo que nosotros nos amamos, que cree en nosotros más que nosotros mismos, que está siempre de nuestra parte, como el más acérrimo de los «hinchas». Siempre nos espera con esperanza, incluso cuando nos encerramos en nuestras tristezas, rumiando continuamente los males sufridos y el pasado. Pero complacerse en la tristeza no es digno de nuestra estatura espiritual. Es más, es un virus que infecta y paraliza todo, que cierra cualquier puerta, que impide que la vida se reavive, que recomience. Dios, sin embargo, es obstinadamente esperanzado: siempre cree que podemos levantarnos y no se resigna a vernos apagados y sin alegría. Porque somos siempre sus hijos amados. Recordemos esto al comienzo de cada día. Nos hará bien decir todas las mañanas en la oración: «Señor, te doy gracias porque me amas; haz que me enamore de mi vida». No de mis defectos, que hay que corregir, sino de la vida, que es un gran regalo: es el tiempo para amar y ser amado.

Zaqueo tenía un segundo obstáculo en el camino del encuentro con Jesús: la vergüenza paralizante. Podemos imaginar lo que sucedió en el corazón de Zaqueo antes de subir a aquella higuera, habrá tenido una lucha afanosa: por un lado, la curiosidad buena de conocer a Jesús; por otro, el riesgo de hacer una figura bochornosa. Zaqueo era un personaje público; sabía que, al intentar subir al árbol, haría el ridículo delante de todos, él, un jefe, un hombre de poder. Pero superó la vergüenza, porque la atracción de Jesús era más fuerte. Habrán experimentado lo que sucede cuando una persona se siente tan atraída por otra que se enamora: entonces sucede que se hacen de buena gana cosas que nunca se habrían hecho. Algo similar ocurrió en el corazón de Zaqueo, cuando sintió que Jesús era de tal manera importante que habría hecho cualquier cosa por él, porque él era el único que podía sacarlo de las arenas movedizas del pecado y de la infelicidad. Y así, la vergüenza paralizante no triunfó: Zaqueo —nos dice el Evangelio— «corrió más adelante», «subió» y luego, cuando Jesús lo llamó, «se dio prisa en bajar» (vv. 4.6.). Se arriesgó y actuó. Esto es también para nosotros el secreto de la alegría: no apagar la buena curiosidad, sino participar, porque la vida no hay que encerrarla en un cajón. Ante Jesús no podemos quedarnos sentados esperando con los brazos cruzados; a él, que nos da la vida, no podemos responderle con un pensamiento o un simple «mensajito».

Queridos jóvenes, no se avergüencen de llevarle todo, especialmente las debilidades, las dificultades y los pecados, en la confesión: Él sabrá sorprenderlos con su perdón y su paz. No tengan miedo de decirle «sí» con toda la fuerza del corazón, de responder con generosidad, de seguirlo. No se dejen anestesiar el alma, sino aspiren a la meta del amor hermoso, que exige también renuncia, y un «no» fuerte al doping del éxito a cualquier precio y a la droga de pensar sólo en sí mismo y en la propia comodidad.

Después de la baja estatura y la vergüenza paralizante, hay un tercer obstáculo que Zaqueo tuvo que enfrentar, ya no en su interior sino a su alrededor. Es la multitud que murmura, que primero lo bloqueó y luego lo criticó: Jesús no tenía que entrar en su casa, en la casa de un pecador. ¿Qué difícil es acoger realmente a Jesús, qué duro es aceptar  a un «Dios, rico en misericordia» (Ef 2,4). Puede que los bloqueen, tratando de hacerles creer que Dios es distante, rígido y poco sensible, bueno con los buenos y malo con los malos. En cambio, nuestro Padre «hace salir su sol sobre malos y buenos» (Mt 5,45), y nos invita al valor verdadero: ser más fuertes que el mal amando a todos, incluso a los enemigos. Puede que se rían de ustedes, porque creen en la fuerza mansa y humilde de la misericordia. No tengan miedo, piensen en cambio en las palabras de estos días: «Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia» (Mt 5,7). Puede que los juzguen como unos soñadores, porque creen en una nueva humanidad, que no acepta el odio entre los pueblos, ni ve las fronteras de los países como una barrera y custodia las propias tradiciones sin egoísmo y resentimiento. No se desanimen: con su sonrisa y sus brazos abiertos predican la esperanza y son una bendición para la única familia humana, tan bien representada aquí por ustedes.

Aquel día, la multitud juzgó a Zaqueo, lo miró con desprecio; Jesús, en cambio, hizo lo contrario: levantó los ojos hacia él (v. 5). La mirada de Jesús va más allá de los defectos para ver a la persona; no se detiene en el mal del pasado, sino que divisa el bien en el futuro; no se resigna frente a la cerrazón, sino que busca el camino de la unidad y de la comunión; en medio de todos, no se detiene en las apariencias, sino que mira al corazón. Con esta mirada de Jesús, pueden hacer surgir una humanidad diferente, sin esperar a que les digan «qué buenos son», sino buscando el bien por sí mismo, felices de conservar el corazón limpio y de luchar pacíficamente por la honestidad y la justicia. No se detengan en la superficie de las cosas y desconfíen de las liturgias mundanas de la apariencia, del maquillaje del alma para aparentar ser mejores. Por el contrario, instalen bien la conexión más estable, la de un corazón que ve y transmite el bien sin cansarse. Y esa alegría que han recibido gratis de Dios, denla gratis (cf. Mt 10,8), porque son muchos los que la esperan.

Escuchamos por último las palabras de Jesús a Zaqueo, que parecen dichas a propósito para nosotros en este momento: «Date prisa y baja, porque es necesario que hoy me quede en tu casa» (v. 5). Jesús te dirige la misma invitación: «Hoy tengo que alojarme en tu casa». La Jornada Mundial de la Juventud, podríamos decir, comienza hoy y continúa mañana, en casa, porque es allí donde Jesús quiere encontrarnos a partir de ahora. El Señor no quiere quedarse solamente en esta hermosa ciudad o en los recuerdos entrañables, sino que quiere venir a tu casa, vivir tu vida cotidiana: el estudio y los primeros años de trabajo, las amistades y los afectos, los proyectos y los sueños. Cómo le gusta que todo esto se lo llevemos en la oración. Él espera que, entre tantos contactos y chats de cada día, el primer puesto lo ocupe el hilo de oro de la oración. Cuánto desea que su Palabra hable a cada una de tus jornadas, que su Evangelio sea tuyo, y se convierta en tu «navegador» en el camino de la vida.

Jesús, a la vez que te pide ir a tu casa, como hizo con Zaqueo, te llama por tu nombre. Tu nombre es precioso para él. El nombre de Zaqueo evocaba, en la lengua de la época, el recuerdo de Dios. Fiarse del recuerdo de Dios: su memoria no es un «disco duro» que registra y almacena todos nuestros datos, sino un corazón tierno de compasión, que se regocija eliminando definitivamente cualquier vestigio del mal. Procuremos también nosotros ahora imitar la memoria fiel de Dios y custodiar el bien que hemos recibido en estos días. En silencio hagamos memoria de este encuentro, custodiemos el recuerdo de la presencia de Dios y de su Palabra, reavivemos en nosotros la voz de Jesús que nos llama por nuestro nombre. Así pues, recemos en silencio, recordando, dando gracias al Señor que nos ha traído aquí y ha querido encontrarnos.

(Raúl Cabrera- Radio Vaticano)


“La Jornada Mundial de la Juventud comienza hoy y continúa mañana”. Cerrando la JMJ polaca el Papa invita a llevar el espíritu de Cracovia a nuestras

(RV).- En el inmenso Campus Misericordiae de Cracovia, lugar de la vigilia y, la mañana de este domingo, de la misa final de la Jornada Mundial de la Juventud 2016, resonaron con energía las palabras del Papa Francisco, invitando a los chicos y chicas del mundo a salir al encuentro de Jesús. Precisamente en su homilía el Santo Padre citó el Evangelio del día que narra del encuentro de Jesús con Zaqueo. “Las palabras de Jesús al publicano parecen dichas a propósito para nosotros en este momento: ‘Date prisa y baja, porque es necesario que hoy me quede en tu casa’. Jesús  dirige la misma invitación a los jóvenes: “Hoy tengo que alojarme en tu casa’”. La Jornada Mundial de la Juventud, notó Francisco “comienza hoy y continúa mañana, en casa, porque es allí donde Jesús quiere encontrarnos a partir de ahora”.

El Papa dijo a los jóvenes que el Señor no quiere quedarse en las experiencias de estos días en Cracovia o en los recuerdos entrañables, sino que quiere venir a la casa de cada uno, vivir en la vida cotidiana de cada uno. “El estudio y los primeros años de trabajo, las amistades y los afectos, los proyectos y los sueños”. Le gusta  “que todo esto se lo llevemos en la oración”, dijo, asegurando en el lenguaje de los chicos que “Él espera que, entre tantos contactos y chats de cada día, el primer puesto lo ocupe el hilo de oro de la oración. Cuánto desea que su Palabra hable a cada una de tus jornadas, que su Evangelio sea tuyo, y se convierta en tu ‘navegador’ en el camino de la vida”. “Jesús, a la vez que te pide ir a tu casa, como hizo con Zaqueo, te llama por tu nombre. Tu nombre es precioso para él”, porque Él se acuerda de ti: “Su memoria no es un ‘disco duro’ que registra y almacena todos nuestros datos, sino un corazón tierno de compasión, que se regocija eliminando definitivamente cualquier vestigio del mal”. Por esto Francisco invitó a todos a imitar la memoria fiel de Dios y custodiar el bien que hemos recibido en estos días. “En silencio hagamos memoria de este encuentro, custodiemos el recuerdo de la presencia de Dios y de su Palabra, reavivemos en nosotros la voz de Jesús que nos llama por nuestro nombre. Así pues, recemos en silencio, recordando, dando gracias al Señor que nos ha traído aquí y ha querido encontrarnos”, pidió.

(RC-RV)

Homilía completa del Santo Padre Francisco

Queridos jóvenes: han venido a Cracovia para encontrarse con Jesús. Y el Evangelio de hoy nos habla precisamente del encuentro entre Jesús y un hombre, Zaqueo, en Jericó (cf. Lc 19,1-10). Allí Jesús no se limita a predicar, o a saludar a alguien, sino que quiere —nos dice el Evangelista— cruzar la ciudad (cf. v. 1). Con otras palabras, Jesús desea acercarse a la vida de cada uno, recorrer nuestro camino hasta el final, para que su vida y la nuestra se encuentren realmente.

Tiene lugar así el encuentro más sorprendente, el encuentro con Zaqueo, jefe de los «publicanos», es decir, de los recaudadores de impuestos. Así que Zaqueo era un rico colaborador de los odiados ocupantes romanos; era un explotador de su pueblo, uno que debido a su mala fama no podía ni siquiera acercarse al Maestro. Sin embargo, el encuentro con Jesús cambió su vida, como sucedió, y cada día puede suceder, con cada uno de nosotros. Pero Zaqueo tuvo que superar algunos obstáculos para encontrarse con Jesús: al menos tres, que también pueden enseñarnos algo a nosotros.

El primero es la baja estatura: Zaqueo no conseguía ver al Maestro, porque era bajo. También nosotros podemos hoy caer en el peligro de quedarnos lejos de Jesús porque no nos sentimos a la altura, porque tenemos una baja consideración de nosotros mismos. Esta es una gran tentación, que no sólo tiene que ver con la autoestima, sino que afecta también la fe. Porque la fe nos dice que somos «hijos de Dios, pues ¡lo somos!» (1 Jn 3,1): hemos sido creados a su imagen; Jesús hizo suya nuestra humanidad y su corazón nunca se separará de nosotros; el Espíritu Santo quiere habitar en nosotros; estamos llamados a la alegría eterna con Dios. Esta es nuestra «estatura», esta es nuestra identidad espiritual: somos los hijos amados de Dios, siempre. Entiendan entonces que no aceptarse, vivir infelices y pensar en negativo significa no reconocer nuestra identidad más auténtica: es como darse la vuelta cuando Dios quiere fijar sus ojos en mí; significa querer impedir que se cumpla su sueño en mí. Dios nos ama tal como somos, y no hay pecado, defecto o error que lo haga cambiar de idea. Para Jesús —nos lo muestra el Evangelio—, nadie es inferior y distante, nadie es insignificante, sino que todos somos predilectos e importantes: ¡Tú eres importante! Y Dios cuenta contigo por lo que eres, no por lo que tienes: ante él, nada vale la ropa que llevas o el teléfono móvil que utilizas; no le importa si vas a la moda, le importas tú. A sus ojos, vales, y lo que vales no tiene precio.

Cuando en la vida sucede que apuntamos bajo en vez de a lo alto, nos puede ser de ayuda esta gran verdad: Dios es fiel en su amor, y hasta obstinado. Nos ayudará pensar que nos ama más de lo que nosotros nos amamos, que cree en nosotros más que nosotros mismos, que está siempre de nuestra parte, como el más acérrimo de los «hinchas». Siempre nos espera con esperanza, incluso cuando nos encerramos en nuestras tristezas, rumiando continuamente los males sufridos y el pasado. Pero complacerse en la tristeza no es digno de nuestra estatura espiritual. Es más, es un virus que infecta y paraliza todo, que cierra cualquier puerta, que impide que la vida se reavive, que recomience. Dios, sin embargo, es obstinadamente esperanzado: siempre cree que podemos levantarnos y no se resigna a vernos apagados y sin alegría. Porque somos siempre sus hijos amados. Recordemos esto al comienzo de cada día. Nos hará bien decir todas las mañanas en la oración: «Señor, te doy gracias porque me amas; haz que me enamore de mi vida». No de mis defectos, que hay que corregir, sino de la vida, que es un gran regalo: es el tiempo para amar y ser amado.

Zaqueo tenía un segundo obstáculo en el camino del encuentro con Jesús: la vergüenza paralizante. Podemos imaginar lo que sucedió en el corazón de Zaqueo antes de subir a aquella higuera, habrá tenido una lucha afanosa: por un lado, la curiosidad buena de conocer a Jesús; por otro, el riesgo de hacer una figura bochornosa. Zaqueo era un personaje público; sabía que, al intentar subir al árbol, haría el ridículo delante de todos, él, un jefe, un hombre de poder. Pero superó la vergüenza, porque la atracción de Jesús era más fuerte. Habrán experimentado lo que sucede cuando una persona se siente tan atraída por otra que se enamora: entonces sucede que se hacen de buena gana cosas que nunca se habrían hecho. Algo similar ocurrió en el corazón de Zaqueo, cuando sintió que Jesús era de tal manera importante que habría hecho cualquier cosa por él, porque él era el único que podía sacarlo de las arenas movedizas del pecado y de la infelicidad. Y así, la vergüenza paralizante no triunfó: Zaqueo —nos dice el Evangelio— «corrió más adelante», «subió» y luego, cuando Jesús lo llamó, «se dio prisa en bajar» (vv. 4.6.). Se arriesgó y actuó. Esto es también para nosotros el secreto de la alegría: no apagar la buena curiosidad, sino participar, porque la vida no hay que encerrarla en un cajón. Ante Jesús no podemos quedarnos sentados esperando con los brazos cruzados; a él, que nos da la vida, no podemos responderle con un pensamiento o un simple «mensajito».

Queridos jóvenes, no se avergüencen de llevarle todo, especialmente las debilidades, las dificultades y los pecados, en la confesión: Él sabrá sorprenderlos con su perdón y su paz. No tengan miedo de decirle «sí» con toda la fuerza del corazón, de responder con generosidad, de seguirlo. No se dejen anestesiar el alma, sino aspiren a la meta del amor hermoso, que exige también renuncia, y un «no» fuerte al doping del éxito a cualquier precio y a la droga de pensar sólo en sí mismo y en la propia comodidad.

Después de la baja estatura y la vergüenza paralizante, hay un tercer obstáculo que Zaqueo tuvo que enfrentar, ya no en su interior sino a su alrededor. Es la multitud que murmura, que primero lo bloqueó y luego lo criticó: Jesús no tenía que entrar en su casa, en la casa de un pecador. ¿Qué difícil es acoger realmente a Jesús, qué duro es aceptar  a un «Dios, rico en misericordia» (Ef 2,4). Puede que los bloqueen, tratando de hacerles creer que Dios es distante, rígido y poco sensible, bueno con los buenos y malo con los malos. En cambio, nuestro Padre «hace salir su sol sobre malos y buenos» (Mt 5,45), y nos invita al valor verdadero: ser más fuertes que el mal amando a todos, incluso a los enemigos. Puede que se rían de ustedes, porque creen en la fuerza mansa y humilde de la misericordia. No tengan miedo, piensen en cambio en las palabras de estos días: «Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia» (Mt 5,7). Puede que los juzguen como unos soñadores, porque creen en una nueva humanidad, que no acepta el odio entre los pueblos, ni ve las fronteras de los países como una barrera y custodia las propias tradiciones sin egoísmo y resentimiento. No se desanimen: con su sonrisa y sus brazos abiertos predican la esperanza y son una bendición para la única familia humana, tan bien representada aquí por ustedes.

Aquel día, la multitud juzgó a Zaqueo, lo miró con desprecio; Jesús, en cambio, hizo lo contrario: levantó los ojos hacia él (v. 5). La mirada de Jesús va más allá de los defectos para ver a la persona; no se detiene en el mal del pasado, sino que divisa el bien en el futuro; no se resigna frente a la cerrazón, sino que busca el camino de la unidad y de la comunión; en medio de todos, no se detiene en las apariencias, sino que mira al corazón. Con esta mirada de Jesús, pueden hacer surgir una humanidad diferente, sin esperar a que les digan «qué buenos son», sino buscando el bien por sí mismo, felices de conservar el corazón limpio y de luchar pacíficamente por la honestidad y la justicia. No se detengan en la superficie de las cosas y desconfíen de las liturgias mundanas de la apariencia, del maquillaje del alma para aparentar ser mejores. Por el contrario, instalen bien la conexión más estable, la de un corazón que ve y transmite el bien sin cansarse. Y esa alegría que han recibido gratis de Dios, denla gratis (cf. Mt 10,8), porque son muchos los que la esperan.

Escuchamos por último las palabras de Jesús a Zaqueo, que parecen dichas a propósito para nosotros en este momento: «Date prisa y baja, porque es necesario que hoy me quede en tu casa» (v. 5). Jesús te dirige la misma invitación: «Hoy tengo que alojarme en tu casa». La Jornada Mundial de la Juventud, podríamos decir, comienza hoy y continúa mañana, en casa, porque es allí donde Jesús quiere encontrarnos a partir de ahora. El Señor no quiere quedarse solamente en esta hermosa ciudad o en los recuerdos entrañables, sino que quiere venir a tu casa, vivir tu vida cotidiana: el estudio y los primeros años de trabajo, las amistades y los afectos, los proyectos y los sueños. Cómo le gusta que todo esto se lo llevemos en la oración. Él espera que, entre tantos contactos y chats de cada día, el primer puesto lo ocupe el hilo de oro de la oración. Cuánto desea que su Palabra hable a cada una de tus jornadas, que su Evangelio sea tuyo, y se convierta en tu «navegador» en el camino de la vida.

Jesús, a la vez que te pide ir a tu casa, como hizo con Zaqueo, te llama por tu nombre. Tu nombre es precioso para él. El nombre de Zaqueo evocaba, en la lengua de la época, el recuerdo de Dios. Fiarse del recuerdo de Dios: su memoria no es un «disco duro» que registra y almacena todos nuestros datos, sino un corazón tierno de compasión, que se regocija eliminando definitivamente cualquier vestigio del mal. Procuremos también nosotros ahora imitar la memoria fiel de Dios y custodiar el bien que hemos recibido en estos días. En silencio hagamos memoria de este encuentro, custodiemos el recuerdo de la presencia de Dios y de su Palabra, reavivemos en nosotros la voz de Jesús que nos llama por nuestro nombre. Así pues, recemos en silencio, recordando, dando gracias al Señor que nos ha traído aquí y ha querido encontrarnos.

(Raúl Cabrera- Radio Vaticano)