martes, 20 de septiembre de 2016

Aún hoy Jesús nos dice tengo sed de amor y es la voz de los que sufren. Meditación del Papa en Asís

Jesús nos interpela con su sed de amor en la cruz, es el grito de los pobres, de las víctimas de las guerras y de los emigrantes forzosos

(RV).- En el momento dedicado a la oración ecuménica de los cristianos – en el marco de la Jornada Mundial de Oración por la Paz: «Sed de paz. Religiones y Culturas en Diálogo» – el Papa Francisco reflexionó sobre las palabras de Jesús: «Tengo sed» (Jn 19,28). E invitó a contemplar el «misterio del Dios Altísimo, que por misericordia, se hizo pobre entre los pobres».

Haciendo hincapié en que Jesús tiene sed de darnos su amor y de recibir nuestro amor, el Santo Padre señaló que parece que también hoy el Señor nos quiere decir esas palabras que expresan el sufrimiento divino ante el hombre ingrato, que abandona su amor. Tras evocar  a San Francisco de Asís y a Santa Teresa de Calcuta, puso de relieve que «la sed del Señor se calma con nuestro amor compasivo».

Además de interpelarnos, en especial a los cristianos, Jesús nos pide que sus palabras encuentren lugar en nuestro corazón y que respondamos a ellas con nuestra vida, nunca con la indiferencia egoísta:

«En su «tengo sed», podemos escuchar la voz de los que sufren, el grito escondido de los pequeños inocentes a quienes se les ha negado la luz de este mundo, la súplica angustiada de los pobres y de los más necesitados de paz.

Imploran la paz las víctimas de las guerras, las cuales contaminan los pueblos con el odio y la Tierra con las armas; imploran la paz nuestros hermanos y hermanas que viven bajo la amenaza de los bombardeos o son obligados a dejar su casa y a emigrar hacia lo desconocido, despojados de todo. Todos estos son hermanos y hermanas del Crucificado, los pequeños de su Reino, miembros heridos y resecos de su carne. Tienen sed. Pero a ellos se les da a menudo, como a Jesús, el amargo vinagre del rechazo. ¿Quién los escucha? ¿Quién se preocupa de responderles? Ellos encuentran demasiadas veces el silencio ensordecedor de la indiferencia, el egoísmo de quien está harto, la frialdad de quien apaga su grito de ayuda con la misma facilidad con la que se cambia de canal en televisión».

(CdM – RV)


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