(RV).– La visita del Papa a la isla de Lesbos, puerto de esperanza de tantos migrantes, está llegando a su conclusión. El Papa quiso llegar allí, hasta la costa nororiental del Mar Egeo, para llevar, como él mismo afirmó, “consolación a tantos prófugos”.
En las pocas horas transcurridas en tierra griega, el Papa Francisco, el Patriarca Bartolomé y el arzobispo Jerónimo, reunidos en el puerto de la isla, dirigieron sus oraciones a las víctimas que perdieron la propia vida en busca de una vida mejor y lanzaron al mar tres coronas de laurel. Fue el momento final de la visita, que se concentró sobre todo en quienes tienen todavía tienen esperanza: refugiados, solicitantes de asilo o “económicos” en busca de una vida mejor.
Francisco los abrazó en el centro de acogida de Moira, que se hizo famoso luego de que el acuerdo UE-Ankara lo transformó en lo que las organizaciones humanitarias definen un “lugar de detención”. Allí el Papa encontró a menores de edad y luego a un grupo de migrantes huéspedes del centro, almorzó con ellos y les dirigió unas palabras, como hicieron también Bartolomé y Jerónimo.
En esta visita no se debe leer ningún significado político, ninguna polémica con la Unión Europea, sólo la misericordia del Papa hacia estas personas a quienes no se debe negar el derecho a la salvación.
El Papa recorrió los últimos 3 kilómetros que lo llevaron al aeropuerto de Mitilene, donde mantuvo encuentros privados con el Arzobispo de Atenas y de toda Grecia, con el Patriarca Ecuménico y finalmente, con el Primer Ministro, y tras saludar a las delegaciones, se despide de Grecia, luego de haber cumplido un gran gesto, humanitario y ecuménico, que se espera, pueda despertar las conciencias.
MCM-RV
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